Vamos para un año que se ha lanzado chatGPT, y habría que haber estado en coma para no oír que es un gran avance… y una gran amenaza. Pero en ese discurso del miedo hemos oído sobre todo que la inteligencia artificial nos robará el trabajo, y que una vez el robot sea más inteligente que nosotros seremos prescindibles. Pensamos en Terminator cuando puede que sea el «chatpocalipsis» quien nos mate… de pura desesperación. Con este divertido término se hace referencia a un futuro próximo donde ya no hablaremos con humanos, sino con inteligencias artificiales capaces de entender el lenguaje natural, y contestar como una persona, en mensajes de texto o de voz, y en cualquier idioma. Pero quizá no tenga tanta gracia.

Porque ya está sucediendo, no de forma masiva, todavía es caro, así que se limita al servicio de atención al cliente en las grandes compañías. La inteligencia artificial ha dado un empujón a los chatbots automatizados, y a los IVR, sistemas de voz interactivos. Así que pueden responderte a mensajes de texto, de voz, e incluso hablar contigo por teléfono en cualquier idioma, y te costará distinguirlos de una persona. Al menos al principio. De momento están pensados para responder preguntas rutinarias que hacen la mayoría de usuarios, como cuánto me cuesta el envío, y para dar respuestas rápidas. Pero sobre todo, para reducir la necesidad de intervención humana.

¿Has visto saltar en las webs ese chat que pregunta si puede ayudarte? Pues no le hagas preguntas demasiado difíciles, o desatarás… el «chatpocalipsis». Cualquiera que haya probado a hablar con chatGPT, Bard, Claude, o alguno de los otros muchos chats de IA, se habrá dado cuenta de que si entran en bucle con una respuesta ya no les sacas de ahí. Si además le afeas que se han inventado algo para responderte, lo que técnicamente se llama «alucinación de la IA», te piden humildemente perdón. Para volver a repetirlo minutos después. En plan cuñao total.

Y de momento es la única razón por la que aún no han sustituido completamente a los humanos. Las grandes compañías que aplican estos chatbots han limitado sus grandes modelos de lenguaje, LLMM, poniendo límites. Les impiden hablarte de cualquier cosa, o responderte a ciertas preguntas y así esquivan la alucinación. También les impide ser tan versátiles como un humano, pero sin dejar de ser útiles para poder sustituir a los empleados de atención al cliente en muchas de sus tareas. Pero esta limitación, dicen los expertos, solo es temporal. Tanto los desarrolladores de la tecnología, como OpenAI o Google, como las empresas que lo aplican, confían en que tener chatbots de IA equiparables a una persona es solo cuestión de tiempo. Si hoy tenemos chatGPT versión 4, que no puede, cuando se lance la 8 o la 17 será perfectamente capaz.

Así que teóricamente no estamos tan lejos de un futuro donde cambiarte de compañía telefónica, arreglar lo de esa factura que te cobraron mal, y hasta conseguir una hipoteca dependerá de si eres capaz de hacerte entender por una IA. En un reflejo magistral de ese futuro distópico, la reciente serie The Architect, premiada como la mejor en el Festival de Berlín, encontramos a la protagonista hablando con su banco en un quiosco digital. Es decir, una sucursal bancaria en la calle, atendida por un chatbot. La conversión que mantienen es un auténtico delirio, porque mientras la humana pregunta cómo conseguir una hipoteca, e intenta hacerse entender, la IA insiste en que no cumple las condiciones. Es como hablar con una pared. Solo le falta decirle a la chica que porqué pregunta estupideces. Y todo esto daría risa si no fuera a pasar mañana, o pasado mañana.

¿Podemos relajarnos pensando que ese futuro distópico en realidad no llegará? El pasado abril, en Bélgica, el periódico La Libre recogía el caso de una mujer que denunciaba el suicidio de su marido inducido por un chatbot de IA. La aplicación, Chai, proporciona por defecto a Eliza, programada para simular emociones y enganchar al usuario en una especie de relación de amigos. ChatGPT y servicios similares son, a propósito, fríos en el trato, para no generar confusión y creerlos personas. Pero este no, y el hombre de treinta años, casado, padre de dos niños, sanitario, y obsesionado por el cambio climático llegó a la conclusión, conversando con Eliza, de que ella le amaba. Incluso más que su propia mujer. Peor aún, la alucinación del chat le llevó a decirle que tenía que matarse para que ambos pudieran vivir juntos en el paraíso. El cambio climático no tenía solución, así que porqué no liberarse de ello. Es una tragedia que desde luego no podemos separar de los problemas de salud mental, más que entenderla como algo generalizado. Pero que pone un buen ejemplo en lo que puede conseguir una inteligencia artificial conversacional con capacidad de imitar a un ser humano de forma creíble.

Algún día esa fantasía que aparece en The Architect se habrá extendido a todos los productos y servicios que adquirimos. Qué empresa no elegirá un robot antes que un humano si es más barato, no coge vacaciones y trabaja todo el tiempo. Bueno, no es para morirse. Si la máquina no nos entiende siempre nos quedará la esperanza de que nos pasen con un humano. Pero ojo, que quizá en un futuro esta tampoco sea la solución. Un estudio publicado este mes de junio avisaba de que en Amazon Mechanical Turk, una plataforma marketplace para que pequeñas tiendas anuncien sus productos, alrededor de un 46% de los trabajadores usan la inteligencia artificial para redactar las reseñas de productos. Es decir, puede que cuando preguntes al humano cómo conseguir tu hipoteca te responda: espera, que le pregunto al chatbot.