Se apagan las luces y el logo de la Warner Bros se pinta de rosa. Suena una ráfaga leve y constante, una especie de silbido ventoso y envolvente sobre los espectadores; la pantalla negra se abre a un atardecer. Es, literalmente, un ocaso. El mundo es marrón, pedregoso, un desierto. Se oyen unos cuervos a lo lejos y lo demás es silencio. El cielo (o el futuro) es oscuro para esas niñas que arrastran cochecitos con sus vestidos largos y amarronados, lavan la ropa, sirven el té, cargan biberones y se ocupan de los hijos de plástico con sus cabezas calvas, sus ropas y sus mantas. No juegan, deambulan como madrecitas.

Y de pronto, con el sol, llega el prodigio. Más alta, más delgada, más brillante, más hermosa. Una mujer. La reconocemos porque es Barbie, única. Mira a las niñas, les sonríe, les guiña un ojo y es esa la señal para destruir a sus hijos futuros. Barbie es todo lo que antes no existía, es el símbolo de un mundo nuevo y lo observa desde las alturas, como si fuera su creación.

En realidad, durante casi dos horas, ese mundo es obra de Barbie directora, Greta Gerwig.

«Sí, Barbie cambió todo», nos dice la narradora. Es lo que Ruth Handler, la Barbie inventora, quiso hacer con su creación, el juguete para niñas que se convirtió en un universo. La historia es conocida: cansada de ver a su hija Bárbara jugando a vestir y desvestir chatas figuras de papel, Ruth creyó que había lugar para algo más. Se dice que la niña prefería esos dibujos de apariencia adulta antes que las tridimensionales muñecas infantilizadas que ofrecía el mercado. A la pequeña Barbie tampoco le gustaba jugar con bebés y sus padres eran copropietarios de una empresa estadounidense dedicada a la fabricación y distribución de juguetes: Mattel. Ruth intuía que su idea era imbatible, por eso insistió aún después de un primer rechazo de su propuesta (los padres no querrían comprarles a sus hijas una muñeca con rasgos y proporciones adultos) y terminó de cerrarse en su cabeza durante un viaje a Europa. Lo que se cuenta es que se topó con una muñeca alemana, Lilly, inspirada en un dibujo animado que había nacido como una especie de broma entre hombres: una muñeca mujer, con nalgas y busto. Deseable.

Y así llega Margot Robbie, la Barbie actriz, al mundo marrón: con sus piernas, sus tacones, sus uñas pintadas, sus labios rojos y sus curvas marcadas en su traje de baño a rayas. No le teme a las líneas horizontales, su cintura es mínima y sus medidas, perfectas (irreales, van a decir). Finalmente, en 1959, mientras triunfaba la revolución socialista en Cuba, los chinos invadían el Tíbet y la Unión Soviética lanzaba un primer artefacto a la Luna, Mattel sacó al mercado una muñeca con bañador a rayas que arrasó con todo: 350 mil vendidas en un año.

Los hijos de los Handler eran dos; Barbara le dio nombre a la estrella de la familia y dos años después, el menor Kenneth, a su accesorio, Ken. Entonces Barbie tuvo novio o vecino y después una casa y una historia y una profesión, fue la Barbie modelo y también tuvo una mejor amiga y una hermana. El lema, la promesa para las niñas era: «tú puedes ser lo que quieras ser». El juguete muy pronto dejó de ser una muñeca; lo que se pedía, lo que se buscaba, lo que se regalaba, lo que se compraba, era una Barbie. Y, sobre todo, se vendía. Cada día, cada semana, cada año, cada tres segundos se vende una Barbie en el mundo.

No es solo la muñeca más famosa; a muy poco de andar se vio rodeada de adjetivos: polémica, controvertida, capitalista, hegemónica, estereotípica. Este último es el que tomó la Barbie directora para delinear al personaje protagónico de su película y, de la mano de la Barbie maquilladora, la Barbie directora de arte y la Barbie vestuarista, convirtió a Margot Robbie en la Barbie estereotípica, aquella que había comenzado a recibir críticas a poco de salir a la venta.

Así Mattel, al ritmo de las críticas y los tiempos, fue lanzando distintas versiones que no solo cambiaban vestuario, coche, casa y profesión sino también su identidad, rasgos y aspecto: negra, latina, asiática, andrógina, petite, curvy, en silla de ruedas, con hijab. Son la Barbie inclusiva, así se promocionan y se venden. Lejos de esquivar las críticas, los prejuicios y las modas, Greta Gerwig y Noah Baumbach los tomaron para escribir un guión que los va recogiendo uno a uno. Como sucede en Barbiland, en la película hay una Barbie para todo y para todos. Incluso una embarazada porque Barbie también puede soñar con ser madre.

No vamos a spoilear la historia pero podemos decir que, frente a tanta variedad de Barbies, es Ken –just Ken– quien se queda con los momentos más divertidos, el mayor desenfado y el arco narrativo más logrado. También diremos que Ruth Handler es homenajeada con un pequeño personaje cuando promedia la película, retomando aquel relato fundacional de la empresaria que ideó una muñeca a partir de la imagen de su hija y las demandas de una nueva generación de mujeres.

Y así fue como conocimos la barbiemanía contra la que también se alzaron quejas: algunos nos quisieron abrir los ojos y dijeron (como si fuera una revelación) que el cine es una industria y que Mattel quiere ganar dinero vendiendo más Barbies y que ahora lo hace a través del pinkwashing. Con todo teñido de rosa, la palabra es una irónica y feliz coincidencia como las que ocurren en Barbiland.